La agonía del pueblo

Más de 2000 kilómetros en bicicleta a través de un país que hace titulares en todo el mundo. Venezuela, un país con ecosistemas únicos, ahora sumido en una crisis económica y humanitaria sin precedentes.  Los medios de comunicación hablan de crisis económica y política, de protestas en la capital, Caracas, pero ¿qué está sucediendo realmente en el país? Este artículo es sólo un reflejo de mis observaciones en terreno. De ninguna manera expresa una tendencia hacia una corriente política. Un viaje emocionante, que me llevó a tomar a veces todos los riesgos…

Mi primera idea fue sólo ir a la región de la Gran Sabana para alcanzar la Cumbre del monte Roraima. la verdad, había escuchado demasiado la opinión de otros: no vayas más allá de la Gran Sabana, que pueden asesinarte. Los matones te robarán, es muy peligroso…

Caminando por la cima del Roraima, observo el paso de la niebla entre las laderas perpendiculares de estas montañas planas llamadas Tepuyes Pienso en estos migrantes en la frontera y especialmente en ustedes tres. Sufriendo del hambre, en busca de una vida mejor, ustedes me confiaron su historia ofreciéndome caña de azúcar.

Estos dos años de aventura me enseñaron a seguir siempre mis instintos. Para mí, la aventure no es el hecho de atravesar paisajes. Es más bien un compromiso con nuestros propios valores, que nos impulsa a aceptar la toma de riesgos y el peligro. Quiero realmente entender lo que está sucediendo en Venezuela, para dar voz a todas aquellas personas que están huyendo de su país. Ahora sentí que Roraima me ha purificado de todas mis dudas. Decido cruzar todo Venezuela con mi bici.

Entender exactamente lo que está sucediendo en Venezuela es algo muy complejo. Al no haber estado nunca en un país frente a una crisis de este tipo, los primeros días han sido difíciles para adaptarme. Sobre todo, para entender este sistema.

Todo comenzó en 1998, Hugo Chávez tomó el poder y abogó a la Revolución Bolivariana, es decir, el socialismo del siglo XXI en Sudamérica. En ese momento, Venezuela experimentó años prósperos y florecientes a través de la producción de petróleo (1). En el tiempo de Chávez, las exportaciones de petróleo representaban el 96% de los ingresos por exportación y alrededor del 50% de los ingresos nacionales. Los recursos de Venezuela le permiten financiar un conjunto de proyectos sociales en todo el país e implementar el socialismo en muchos países de Sudamérica.

(1) Venezuela dispone de una de las mayores reservas de petróleo en el mundo. Detiene alrededor de 18 % de las reservas mundiales

Imagen de archivo : Chavez durante su presidencia. 

Sin embargo, Hugo Chávez, en su política de nacionalización de empresas, descuida la producción nacional y se ve obligado a importar muchos productos de consumo. En el país, es altamente criticado por la mala gestión de las empresas nacionalizadas. Debido a la falta de inversión y capacidad, muchas empresas quebraron.

Por último, la política chavista es principalmente la lucha contra el imperialismo, es decir, los Estados Unidos. Crea la Alianza Bolivariana para las Américas (ALBA), reuniendo a Ecuador, Bolivia, Cuba unas islas del Caribe y Nicaragua. También establece el acuerdo Petro Caribe, en el cual Venezuela ofrece petróleo a un precio preferencial a los países caribeños. Todas estas estrategias han sido puestas en marcha para restar el poder de los Estados Unidos sobre los países latinoamericanos. Sin embargo, la mayoría de los intercambios comerciales de Venezuela se hacen con los Estados Unidos.

 

En 2003, se estableció un control de cambio entre el bolívar y el dólar, favoreciendo el establecimiento de un mercado negro, aumentando así el precio del Bolívar. Esto significa un aumento en el precio de los productos importados, pagados en dólares como resultado de la adquisición de monedas extranjeras por la venta de petróleo. El precio de ciertos productos se limita, lo que causa que importarlos ya no es rentable.

En marzo de 2013, Chávez murió de cáncer durante su presidencia y fue sucedido por Nicolás maduro. La popularidad de la Revolución Bolivariana disminuye y se vuelve altamente criticada. Especialmente por las clases altas y medias, quienes a veces terminan viviendo en la calle.

La propaganda política es omnipresente en las calles y en las carreteras.

El bolívar con el tiempo

Antes de empezar a contarme mi propia historia. Me gustaría mostrarles algunas cifras para darse cuenta de la inflación del bolívar.

  • Cuando entré en el país, a principios de diciembre de 2017, 1 euro valía 80 000 bolívares
  • Cuando salí del país, a principios de febrero de 2018, 1 euro valía 310 000 bolívares.

Ejemplo: Si saco dinero del banco. Por un euro, me dan alrededor de 10 000 Bolívares. Entonces, ¿cómo hacer? Es imperativo sacar dinero en efectivo antes de entrar a Venezuela y utilizar el mercado negro. Todos los precios de la vida diaria dependen del mercado negro y no de la tarifa establecida por el gobierno.

Ejemplo: Si el mercado negro muestra el precio de un dólar a 100.000 bolívares. A veces se deberá pagar más de 2 dólares para obtener los 100.000 bolívares en efectivo.

Además, el Gobierno ha lanzado la producción de un nuevo billete con un valor máximo de 100 000 bolívares. Después de un mes ya valía menos de un dólar. En cuanto al precio del Bolívar, puede variar de un día para otro. Así que es recomendable no cambiar todo su dinero de una vez.

Billetes de 50 bolívares. Al inicio de febrero 2018, para obtener 1 dólar, se necesitaba aproximadamente 6000 billetes de 50 bolívares.

 

Por último, es difícil adquirir alimentos en los supermercados. Por las razones mencionadas más adelante, las necesidades básicas tales como arroz, pasta, papel higiénico etc… son inexistentes en muchos supermercados.  Así que tenemos que orientarse al mercado negro para adquirir este tipo de productos. Aquellos están a un precio exorbitante para el pueblo venezolano.

Así que usted podría preguntarse: ¿Cómo hacer con todas estas restricciones?

Me topé con una buena alma, llamada Obed Rodriguez, residente en la ciudad de Puerto Ordaz. Antes de llegar a la ciudad, con poco efectivo, traté de aguantar los ruidos de mi estómago, que exigía comida. Afortunadamente, a pesar de la precaria situación en la cual se hunde el país, la gente me ayudó mucho y les agradezco. Una vez con Obed, el propone prestarme una de sus tarjetas bancarias para hacer mi travesía en Venezuela. Mi aventura por lo tanto se vuelve menos caótica. Sin embargo, todavía tengo que encontrar a la gente quien me cambiara mis euros para transferirlos a mi tarjeta. Para decir la verdad, hay semanas, me sentí con bastante dinero: no pagué más de tres euros al día mientras ofrecía comidas a los niños de la calle.

Otra semana, debido a la inflación rápida, el dinero que me transfirieron ya no valía nada. Tenía que contabilizar cada bolívar para poder esperar comer algo. Nunca en mi vida había sentido este sentimiento de hambre al extremo. No puedo dejar de pensar en estos niños que no comen a veces por más de tres días, desmayándose en los brazos de su madre. Son imágenes que nunca olvidaré…

Gran Sabana

Empiezo este viaje en la Gran Sabana. Esta zona turística atrae a muchas jóvenes a la prostitución en los bares de la ciudad de Santa Helena. Turística por estos legendarios “Tepuyes”, las montañas planas, cuya más mítica : el monte Roraima. Una formación rocosa formada hace aproximadamente 2 mil millones de años, una de las más antiguas de la tierra. Solía cubrir una gran área de la plataforma continental guyanesa. Es bajo la influencia de la erosión y de los movimientos tectónicos que los tepuyes existen en su forma actual. Sus empinadas laderas y el microclima en los picos permitieron el desarrollo de un ecosistema particular, rico en especies endémicas.

Hacía monte Roraima. 

Ecosistema al pie del monte Roraima.

La cima del monte Roraima 

Descenso en el infierno.

Fuera de la Gran Sabana, el frío de las grandes llanuras deja espacio al calor húmedo de la selva. Entro en la zona aurífera más conocida como «el arco minero del Orinoco». Las orillas de las carreteras están llenas de basura, el olor de la carne podrida de animales empapa el ambiente, un ambiente muy diferente de la Gran Sabana turística.

El primer pueblo: Kilómetro 88.  Me lo habían descrito como un lugar sanguinario, el peor lugar en Venezuela. El centro es de una sorprendente agitación. Sin embargo, en el mapa, no hay ninguna calle referenciada. De repente, un colombiano me llama y me pregunta si quiero comer. Acepto y entro en un restaurante chino donde empezamos a conversar. «estoy aquí por negocios, compro oro y lo derrito en barras, así es como me gano la vida». Le pregunto si puede hacerme entrar en la mina. Después de dudarlo, acepta llevarme allí pero me dice de tener mucho cuidado. El sube en su Chevrolet azul metálico, y le sigo. Me concentro en seguir su carro para evitar perderme en esta ciudad, que según el mapa es sólo un pueblo. Una ciudad temporal donde se puede encontrar todo: Oro, diamantes, montañas de dinero, cerdos, gallinas… En Resumen, un verdadero Cafarnaúm.  Estamos entrando en un camino de tierra. Un poco más lejos, un tuerto acompañado de un gordito me detienen. Ambos tienen pistolas escondidas en sus pantalones. El colombiano baja del vehículo y hablar con los dos hombres. El tuerto me mira fijamente con una mirada seria, yo lo miro también. Se me acerca y me pregunta si hablo español. El colombiano le dice que siempre hemos sido amigos, que ando por todo el mundo en bicicleta y que él prometió invitarme a su casa para la noche. El gordo se acerca y dice, «estás loco, pero te respeto, ándate».

Después de haber pasado el primer control, tienes que pasar un portal. Todas las entradas deben ser pagadas a los guardias.  Aquí, todo se paga a un precio alto, la mafia es omnipresente.

Ahora estoy dentro de la mina “las Cristinas”. Una ciudad con estructuras precarias, construida para la minería ilegal. Los piquetes de madera mantienen los techos de plástico, bajo los cuales se juntan los trabajadores. Duermen en hamacas, apretados unos contra otros. La tierra revela inmensos cráteres, donde los hombres pasan días recolectando cada onza de oro.

Cada campamento es una empresa, gestionada por un jefe que contrata empleados. Estos trabajan con motores conectados a grandes tuberías trayendo la tierra por arriba. Luego se va en una alfombra, en la cual el oro se queda pegado. Una vez que el oro es recolectado por la empresa, debe ser redistribuido entre las mafias que mantienen el orden en la mina, los trabajadores y el patrón.

La redistribución es la siguiente:

  • Cuatro gramos para el sindicato minero. Son los matones de la entrada quienes mantienen el orden dentro de la mina.
  • 2,5 gramos a los guardias de la puerta
  • 1,5 gramos a la guardia nacional (institución del gobierno)

Cuando todos los costos de soborno son deducidos, es 50 por ciento para el jefe y 50 por ciento para los empleados.

Para cavar la tierra y encontrar el metal precioso, es necesario alimentar los motores de los viejos Chevrolet, permitiendo remontar la tierra y el metal precioso por succión. El negocio es controlado por los “talibaneros”. Después de varios días pasados con el colombiano, confiesa que su trabajo no es fundir oro en barras. Es uno de los talibaneros.

Al principio, es difícil entender la posibilidad de hacer negocios con la gasolina en Venezuela ya que es prácticamente gratuita (de hecho, para llenar un tanque, no cuesta más de 10 céntimos de euros).  Una vez más, este negocio está abierto a la corrupción. En el estado Bolívar, la gasolina falta. Los coches se amontonan temprano en la mañana en las estaciones para tratar de conseguir unos cuantos litros a un precio mucho más alto que en el resto del país.

Como hay una «escasez» y las minas requieren la gasolina para hacer funcionar los motores, hay inevitablemente un tráfico ilegal para sostener la demanda. 70 litros cuestan 2 gramos de oro. Para obtener esta cantidad de gasolina, los talibaneros son cómplices con la empresa del estado: PDVSA. Los transportistas cargan más petróleo de lo pedido y toman cita con los talibaneros . Escondidos en la jungla, descargan parte del camión. Este tráfico normalmente prohibido por el gobierno es extrañamente apoyado por la guardia, los soldados aprovechando una renta adicional a su escaso salario.

Dentro de la mina de las Cristinas, hay alrededor de 5000 empresas. Hay muchas minas ilegales en esta región cuyo desastre ecológico sigue siendo incalculable.

Para aquellos que no tienen lugar para formar parte de una empresa, trabajan de forma independiente en la mina. Se bañan todo el día en el agua llena de mercurio, tamizando y buscando los pedazos de oro.

Los niños pequeños ayudan a sus padres a la tarea.

Una vez que la tierra está en sus tamices, los mineros la hacen girar para evacuar los trozos grandes.  Introducen mercurio, que tiene un papel de magneto. Aglutina el oro en una bola plateada compacta.

Se lleva al taller, donde se funde. Finalmente, el oro aparece.

Al anochecer, las minas las Cristinas son similares a la actividad de una ciudad. Hay supermercados, bares, restaurantes, etc… En frente de los bares, las jovencitas que tienen entre 12 y 18 años esperan a sus clientes. Su mirada vacía es la expresión de su angustia, en un país donde la ilegalidad se ha convertido en una obligación para la supervivencia de un pueblo.

Frente a esta miseria, me pregunto si todo eso vale la pena. El 20 de diciembre de 2017, el salario mensual en Venezuela llega a los 400 000 Bolívares. Al cambio, esto representa un poco menos de 4 USD. Un trabajador independiente extrae un promedio de 5 a 10 puntos por día (10 puntos representan un gramo de oro). 1 gramo de oro vale 1 millón de Bolívar o alrededor de $10. Como el país falta de efectivo, es posible transferir su gramo de oro en dinero virtual y así multiplicar la suma por 2 a 2,5. Así que un gramo de oro puede valer hasta 2 500 000 Bolívar. Podemos entender esta nueva fiebre del oro.

Hacia Puerto Ordaz.

Después de este descenso en el infierno, sigo pedaleando hacia Puerto Ordaz. Paso al lado de un basurero público. Los buitres buscan cualquier cadáver en el hedor de la basura. La gente trabajando, corre a mi bici para hablar conmigo. Entre estos trabajadores, veo a niños pequeños incluyendo a Víctor. Tiene 13 años y lleva años trabajando en este vertedero. Cosecha los metales y luego los vende al negro, un hombre cojo que compra los metales. Los brazos de Víctor están marcados con cicatrices afiladas. Un día, al recolectar los desechos, un tanque de gas se incendió, la explosión quemó ambos brazos. Víctor está acompañado por otros niños de 7 a 8 años. Todos tan adorables como los demás. A pesar de su condición de vida, siguen sonriendo. Son tan admirables…

Poco antes de Puerto Ordaz, paso por los barrios de San Félix. Una masa de gente se agrupa en medio de la carretera. Les estoy preguntando qué está pasando. Un hombre me dice, «Estamos cerrando el camino hasta que los camiones nos dan comida. Pero, adelante, puedes pasar. Les ofrezco un paquete de un kilo de avena que había comprado en Brasil. Me agradecen y me dicen de irme rápido. No estoy en seguridad aquí. Varios chicos se ponen detrás de mi bici y me empujan para pasar la subida.

En Puerto Ordaz sentimos la tensión presente en Venezuela. Se tiene que hacer cola en todas partes. Ya sea para conseguir comida, gas o gasolina. La espera es a veces interminable. Los     supermercados se ven grandes pero una vez dentro, te das cuenta de la escasez. Las estanterías están llenas de productos similares. Lo más común es encontrar agua, aceite o jabon para lavandería. A veces no se encuentran las primeras necesidades.

Un supermercado en Puerto Ordaz. 

Como expliqué antes, es en esta ciudad que encuentro a mi salvador, Obed. Él y su esposa Katherine me reciben a su casa. Con el fin de ayudarme en esta travesía, Obed me presta una de sus tarjetas bancarias. Como el efectivo está casi en ninguna parte, será mucho más fácil para mí comprar alimentos de esta manera.

Una Navidad como ninguna otra.

El 24 de diciembre llego a la ciudad del Tigre. En el centro, conozco a un tipo que vende maquillaje y otras baratijas. Me ofrece un vaso de whisky y la conversación se activa. De repente Juan se suma al grupo.  Este último me invita a tomar cervezas en el bar de la esquina de la calle. Poco a poco, empieza a confesarme su vida.  «Pasé toda mi juventud en los barrios pobres de Caracas. Fui tan estúpido. He matado a mucha gente en mi vida. El ambiente en el que vivía me empujó a esto. Tuvé que matar para sobrevivir. Nunca maté a un hombre inocente, tienes que ser maldecido para hacer eso. Sólo maté a matones, tipos malos. Ho, ya no hago eso. Vendo oro y piedras preciosas. Pero en el fondo, me gusta matar tontos, nací con un arma en la mano. »

Juan me invita a su barrio, vive en una casa modesta. Nos unimos al grupo de vecinos. Estos últimos viven en una casa miserable, donde las paredes de cemento bruto destacan toda la tristeza del lugar. Todos a mí alrededor están armados. Los hombres a menudo sacan sus pistolas para limpiarlas o revisarlas.  Sé en el fondo que nada va a pasar, después de todo es Navidad.

En la puerta, una niña de 17 años está con su bebé en sus brazos. Su mirada es tan vacía y tan profunda. Se acerca y se sienta a mi lado. Empezamos a hablar, le pregunto cuáles serían sus sueños para Navidad. Esta pregunta le dibuja una amplia sonrisa en su rostro tan joven.  Ella sólo responde que su sueño sería dejar este infierno. Nuestra conversación se detiene por la llegada de la cena. Una mujer me tiende un plato muy escaso. Ella se exclama: «no es mucho, pero cuando tenemos invitados, siempre compartimos».  Estoy profundamente abrumado por lo que acabo de vivir. Tanta miseria e ignorancia conducen a una vida de violencia. A pesar de estas precarias condiciones de vida, estas personas me dieron la mano. A veces hay experiencias que me cuestar explicar, y ésta es una de ellas. Estaba a la vez tan triste y tan feliz de conocer a esta gente, humilde hasta la muerte.

Seguimos festejando la Navidad con unas cuantas copas de ron que Juan había comprado previamente para el vecindario.  De repente, bajo el efecto del ron, se quita la camisa para mostrarme su fuerza. De repente, le propongo hacer el juego: un brazo de hierro ( los juegos de borrachos). Me dice que soy demasiado delgado. Le contesto: Es cierto, estas mucho más musculoso, pero yo te venceré. Eso es exactamente lo que sucede varias veces. Nos hace reír, y nadie puede realmente creerlo. Le digo que la victoria está en la concentración y no con su arma. De repente, apunta su pistola al cielo y dispara firmemente. La detonación suena en el aire, todo el mundo se desea una feliz Navidad.

Primeros kilómetros en la costa venezolana.

Después de unos días, llego a la costa venezolana. En el Higuerote, lugar de vacaciones por muchos venezolanos, me encuentro con los pescadores de Guacuco. Según los pescadores, estos pequeños moluscos son codiciados por sus virtudes afrodisíacas. Los niños, ya hombres pequeños, ayudan a su padre en la tarea.

Primero, los pescadores entran en el mar con estas grandes jaulas de hierro. Luchando contra las olas, el pescador raspa la arena y atrapa las conchas.

Una vez en la orilla, las conchas se ponen en grandes contenedores. Estos últimos son agitados por los hombres para separar la arena de los guacucos.

Limpias, las conchas se hierven en envases. Una vez abiertas, las conchas se disponen sobre una lona grande, donde la carne se separa de su caparazón. Los Guacucos están listos para ser vendidos. Hace muchos siglos, los esclavos negros que se asentaron en la costa empezaron este estilo de pesca. Hoy, la tradición se perpetúa.  Todo está hecho a mano, de una manera tradicional.

Encantado de este encuentro, continúo mi viaje. Un poco más lejos, veo un retén de la guardia nacional.instalado al último minuto. Sé que son los peores a pasar. Los soldados muy jóvenes me paran y me piden mis papeles. Empiezan a revisar toda mi bicicleta y me preguntan acerca de mis lentes de contacto.

Me piden una factura (esta pregunta es bastante propicia a largas discusiones.). Respondo que no la tengo. El «jefe», un joven de 20 años de edad me dice en un tono arrogante que no está convencido que son lentes de contacto. Para cortar rápidamente su arrogancia, le digo que si no está convencido, puedo ponerle uno en el ojo para aliviar sus dudas. Sus compañeros se ríen, y probablemente sorprendidos por mi respuesta, el jefe me deja ir sin ninguna otra complicación. Uno de ellos todavía me pide mis galletas. Sin hacerle caso vuelvo a pedalear. El camino se vuelve más estrecho y montañoso. La selva es bellísima y me lleva a la pequeña aldea de Todasana.

Los encuentros hacen el viaje.

En la playa, Gabriela vende su artesanía. Solía vivir en la península de Paraguaná. En 2012, la trágica explosión de una refinería de gas causó muchos muertos en la zona, y también llevó la vida de su marido y su casa. Gabriela se encuentra sola, en la calle con sus dos hijos. La crisis y su situación la empujaron a abandonar su tienda de artesanías. Se instaló aquí, en Todasana, para tratar de vivir de su arte. Desde una vida cómoda, Gabriela y sus dos hijos han pasado a una vida precaria. Gabriela me invita a dormir en su casa encaramada arriba de una colina. Cuando llego a su casa, entiendo su situación y decido comprar comida para la familia. Por falta de recursos, Gabriela no puede invertir en equipos de trabajo para aumentar sus ingresos. Por ejemplo, comprar un termo para vender café en la playa es imposible. Sus artesanías, muy poco rentable por estos tiempos, no le permiten satisfacer las necesidades del hogar. Hay días que la comida falta. Temprano en la mañana, los dos niños que fueron muy serviciales van a recoger mangos para el desayuno. Es después de este desayuno que les dejo sin nunca olvidarles.

Pesca en alta mar.

La costa está dividida entre balnearios y colinas salvajes. Los balnearios son bastante frecuentados por los caraqueños, los ciudadanos de Caracas. Vehículos 4 x 4, música y alcohol, este es el programa de fin de semanas. También hay lugares como este pequeño pueblo de Puerto Cruz donde podría quedarme durante semanas.

En el camino hacia Puerto Cruz. 

Temprano en la mañana, los pescadores se reúnen, cargando redes y otros utensilios dentro de los barcos. Los primeros motores empiezan a ponerse en marcha para ir a pescar los catacos, una especie de sardina. Abordo un barco y navegamos a unos cientos metros de la playa. Los hombres forman un círculo con los barcos y echan las redes al mar. El barco hace una vuelta entera para colocar la red mientras que los buceadores observan y guardan los grupos de catacos adentro.

Después de varios largos minutos, las redes se levantan para alcanzar la superficie. Ahora, los barcos están en línea, uno al lado del otro. Los pescadores saltan de un barco a otro para llegar a la red y hundir su balde rápidamente dentro de los miles de catacos. Es una verdadera batalla humana, a la cual fregatas y pelícanos intentan robar un trozo de pescado. Cada pescador trata de tener un máximo de sardinas y luego se van a las grandes jaulas metálicas, donde las sardinas son puestas vivas. Estas sardinas se utilizan para la pesca del atún al día siguiente. Las sardinas que no han sido colocadas en las jaulas se redistribuyen entre la gente del pueblo. Por mi parte, lo disfruto en una excelente cena.

Por la tarde, un barco regresa cargado de atún. La mejor captura es un atún de 30 kilos. Los más grandes pueden pesar hasta 100 kilos. En la playa, un anciano con quien había simpatizado el día anterior, comienza a remover las branquias de los atunes mientras la gente asiste al escenario. El día fue bueno, este barco acaba de traer 300 kilos de atún (alrededor de un dólar por kilo). A pesar de la abundancia de peces, hay jovencitas muy flacas paseando por la playa. La harina y otras necesidades hacen falta en el pueblo.

Luego, hablo con los pescadores de atún. Me dicen que vienen de Puerto Colombia, mi destino. Les pregunto si pueden llevarme hasta allá. Es después de comer un poco de atún fresco, que cargo mi bicicleta a bordo del barco. El mar es tranquilo, la costa suntuosa. Poco antes de anochecer, llegamos a Choroni, también conocido como Puerto Colombia. Pido ir al mar con ellos al día siguiente, y aceptan sin problema.  A las cinco de la mañana, los pescadores se están preparando para irse. Se juntan alrededor de los barcos para empujarlos hacia el mar. Por nuestra parte, una parte del motor está dañada, no podemos ir al mar. La pesca se pospone al día siguiente.

Puerto Colombia es una «burbuja» en Venezuela. Gracias a la pesca, la economía está mejor. A diferencia del resto del país, hay harina, azúcar, arroz… Además, como en las minas, muchos venezolanos vinieron aquí para sobrevivir a la crisis de la mejor manera posible. Este pequeño pueblo es también turístico y codiciado por los venezolanos. Atrae a los turistas por sus calles coloridas y su  playa paradisiaca con centenares de cocoteros.

Ahora estamos en alta mar para pescar sardinas e irnos lo más rápido posible a pescar el atún.  Nuestro barco cargado de cebo, navegamos a toda velocidad, buscando otros cardúmenes de sardinas al horizonte. Los atunes siempre están cerca para alimentarse. Los pescadores también se dirigían con los pájaros marinos, lanzándose del cielo hacia el mar para coger su almuerzo. Una vez a la altura de un cardumen, los pescadores lanzan sus anzuelos al mar.  Los otros barcos capturan varios atunes grandes, pero para nosotros la pesca no es exitosa. Volvemos casi vacíos al puerto, con sólo un pequeño pescado para el almuerzo.

Gracias, mi amigo David.

Es antes del amanecer que dejo Puerto Colombia para enfrentarme a los 1700 metros de desnivel positivo que me llevarán al otro lado de la cordillera costera. Me muevo de un ecosistema seco, donde los cactus y otras plantas secas proliferan, a una densa selva tropical. Los gritos de los monos aulladores acompañan mi ascenso. Lanzo una última mirada hacia el mar y luego comienzo un maravilloso descenso hacia el llano venezolano.

Llegando a Maracay, vuelvo a la realidad. Paso por un viejo camino donde la basura se amontona en las calles.  Mucha gente busca la basura para encontrar comida.  Llego al pequeño pueblo de Tocuyito donde me encuentro con David.

«Mi nombre es David, tengo la edad de jubilarme, pero tengo que seguir luchando para sobrevivir. Con mi bicicleta, voy a comprar azúcar y harina. Luego, lo vendo en la calle. Por mes, gano 1 millón de bolívar (el equivalente de 4 euros en este momento). Un paquete de arroz cuesta más de 100 000 bolívares, ¿cómo quiere este gobierno que vivamos con esto? Es una locura”. David me invita a pasar la noche en su casa. Vive en una casa pequeña con una amiga. Compro huevos, pimientos, cebollas y tomates para preparar un «Perico» tradicional como se llama aquí. La amiga de David emigró de Portugal a Venezuela ya hace muchos años. Su cuerpo es de una delgadez desconcertante. David se niega a comer lo que he preparado. Insiste en ofrecerme sopa y me dice de guardar mi comida para el camino. Su compañera acepta mi comida y dice: «Muchas gracias, hace tanto tiempo que no había comido algo tan rico». Después de la comida, David quiere mostrarme su huerta. Hay muchos manos de bananas encerrados en jaulas de hierro con un candado. David me explica que los primeros bananos que crecieron fueron simplemente robados. Se ve obligado a proteger su cosecha.

Por la mañana, David insiste varias veces en regalarme un paquete de azúcar. Es contra de mi voluntad, que lo acepto. Sin embargo, espero que no te molestes cuando encuentres un billete que deje bajo un plato de tu cocina. Es sólo para pagar tu azúcar y ayudarte. Espero que lo entiendas. Gracias por todo mi amigo, gracias por tu modestia y caridad.

Carrera loca hacia la frontera

Después de este encuentro, sigo hacia Barquisimeto donde encuentro a Jesús, un venezolano que vivió en Bélgica. Pasamos momentos agradables antes empezar mi última etapa de 540 kilómetros separándome de San Cristóbal. Último pueblo antes de la frontera con Colombia. Por lo tanto, cruzo el llano, una región plana, bastante monótona, donde la economía está sobre todo en la producción ganadera. Este camino está lleno de retenes de la guardia nacional. Esta vez tengo mi estrategia: noté que los agentes puestos a las estaciones fijas no tienen un vehículo. Lo que significa que, si me voy sin parar, no pueden perseguirme. ¡Y eso, es lo que hago! Para evitar cualquier problema, paso saludándolos con una mirada ingenua. A menudo, me piden que me pare, pero hago como si no entienda nada y funciona perfectamente. Es con una sonrisa discreta que sigo mi viaje escuchando sus insultos de consternación hacia mi persona. ¡El gringo tiene más de un truco para escaparse !

Sin embargo, hay oficiales de la policía y de la guardia muy honestos y generosos. Poco antes de llegar a San Cristóbal, fui recibido en una comisaría de policía. Uno de ellos me dice que su salario mensual alcanza apena los 3 dólares.  Casi se ven obligados a aplicar la corrupción para sobrevivir. Piden a menudo una pequeña cantidad de mercancías a los vehículos de carga para tener alimento.

Pedaleo los 540 kilómetros en menos de 3,5 días, un récord en mi viaje. En San Cristóbal, Oscar y su familia, miembros de Rotary, me acogen a su casa. Aunque son parte de la clase media en Venezuela, la vida no es tan fácil. El padre, gerente de una empresa, tiene muchos problemas para mantener el negocio familiar. El deseo de irse aumenta día a día. ¿Cuánto tiempo van a seguir aguantando?

Este viaje en Venezuela todavía no se termina. Tengo que volver a Puerto Ordaz para devolver la tarjeta de crédito a mi amigo Obed. Está vez, es en autobús que voy a cruzar el país. Después de 40 horas de viaje, llegué a esta ciudad que había dejado hace un mes. Este regreso también me permitió lanzar un pequeño proyecto en áreas donde la hambruna se hace sentir. Gracias a la ayuda financiera de muchas personas y el trabajo de los voluntarios, pudimos ofrecer 600 platos de comida a los niños.

Atasco en la frontera

De vuelta a mi bici, me despido de mi amigo Oscar y de su familia (que me ayudaron a recuperar algo de peso con sus deliciosos platos).  Me enfrento a la última subida  llevándome a San Antonio, cruce fronterizo entre Venezuela y Colombia. La animación es increíble. Son miles de personas que huyen de Venezuela cada día en busca de una vida mejor. En las oficinas fronterizas, la cola para sellar su pasaporte es interminable. Después de cuatro horas de espera, mi pasaporte está sellado.

Venezuela, me despido de ti por un momento. Espero haber podido describirte de la mejor manera. Espero que a través de este artículo, la voz de tu pueblo se haga oír. Animo a todos los que permanecen y siguen luchando. Se quedarán para siempre en mi corazón. Tus historias, tus sonrisas y tu caridad me han marcado para siempre. Hasta luego, mi pueblo querido.