La Transamazonica

Es la historia del inolvidable, una lancha de madera acompañada por estos 4 marineros para un viaje en el Río Napo.

El horizonte parece interminable. Un remanso de paz con mil reflejos que permiten al espíritu viajar por las fuentes de la vida. Las aguas son una poesía donde cada día es una sorpresa. Las mañanas comienzan con los gritos de los loros. Luego se activan los remos en la planitud del río donde, de vez en cuando, aparecen las aletas del delfín rosado. El sol ardiente y el ambiente húmedo mojan de sudor nuestras camisas. quitársela sería dar su cuerpo a los malditos mosquitos. No más grande que una cabeza de aguja, muerden pedazos de piel para chupar el preciado líquido. El inolvidable trae sonrisas y saludos. El dinero aquí no es codiciado. Intercambiamos con las comunidades, arroz y cebolla contra una multitud de plátanos. Las nubes bailan juntas y toman formas extrañas. De repente, el horizonte gris anuncia una tormenta de lluvia. Como una ola golpeando nuestra embarcación,  la lluvia moja nuestros cuerpos luchando a mantener el barco. Lleno de agua,  el inolvidable flota hacia el espectro luminoso. El arco iris corta la voz de cualquiera persona quien lo observa. Al fin del día es un espectáculo que trae serenidad a tu alma. El sol se va pintando el cielo con su rastro de luz para dejar paso a la oscuridad. acostado en esta playa prístina, el canto de la vida nocturna bajo su alfombra estrellada anuncia un nuevo día en el corazón del paraíso llamado Amazonia.

Un cuarto de tu superficie ya se ha ido. El pulmón verde de la tierra tiene cáncer. Monocultivos, crianza de ganado, petróleo y oro te comen como la terminas en una madera muerta. ¿Conseguiremos un día a destruirte?  Si un día desapareces, en nuestras almas permanecerás para siempre. Amazonia – 700 km remando – Rocafuerte – Mazan – 14 días…

Es después de este maravilloso viaje que decidimos separarnos.  Nuestros deseos son distintos y por eso decidimos tomar rutas diferentes.  Laurent y Bertrand se van a Colombia mientras que Julien empieza la ruta transamazónica.  Un sueño, pero también un reto físico a través de un camino muy exigente.  3200 kilómetros de Manaos a Belém, durante los cuales no faltaron historias y encuentros.

El 16 de julio, estoy en las orillas del río Amazonas en la ciudad de Manaos.  Subo al ferry con Fanaia, una amiga colombiana que conocí en el barco de Iquitos a Manaos.  Está acompañada por otro amigo brasileño.  Un bonito viaje de grupo para empezar esta legendaria transamazónica.  La primera parte es bastante simple, hace mucho calor, pero es plano y asfaltado.  Después de 72 kilómetros, decido parar e instalar mi hamaca en una pequeña estación de autobuses.  Por la mañana, me despiertan las mordeduras de pequeñas hormigas rojas que entraron por una abertura de mi mosquitero.  En la amazonia, las hormigas están absolutamente por todas partes y parecen tener un radar para detectar el mínimo gramo de alimento.

El tercer día, veo este famoso cartel amarillo anunciando el fin del asfalto. Conozco a un hombre llamado Paraná. Tiene un restaurante en el medio de la nada. Vive aquí con su esposa indígena y sus cuatro hijos. Después de mostrarme sus numerosos trofeos de caza (dientes de jaguar y otros) el hombre me ofrece generosamente una comida y un pollo entero para llevármelo en la bicicleta. Es así que vuelvo en mi bici, llevando un pollo congelado en mis alforjas. ¿Por qué no? …

Al día siguiente, me voy en la selva profunda, aislado por más de 300 kilómetros. Estoy pedaleando en las reservas naturales de Matupiri y Lago Jari. Hay estaciones eléctricas cada 40 kilómetros, pero la mayoría del tiempo no hay absolutamente nadie en ellas. Esta primera parte no es complicada, la única dificultad es soportar el calor a veces digno de un verdadero desierto. El calor me obliga a beber más de 10 litros de agua por día. Al atardecer, veo un hueco en esta pared verde de selva, empujo mi bicicleta adentro y limpio los alrededores con mi machete para montar el campamento. A pesar de las advertencias de los locales en cuanto a los jaguares, decido dormir en medio de esta selva. Aprecio la suave música emitida por miles de insectos, el sonido de las hojas muertas cayendo al suelo, el sonido de los roedores caminando entre las ramas… Todos estos sonidos acompañan mi noche bajo este techo verde donde sólo la luz de unas pocas estrellas atraviesa el follaje del dosel forestal. Alrededor de las 3:00 de la mañana, me despierto con mucho frio, lo que no esperaba. La humedad del bosque hiela mi cuerpo, salgo de mi hamaca para tomar mi saco de dormir y tengo la «agradable» sorpresa de ver que mi mochila está cubierta de termitas. Medio dormido, decido encargarme de esto al día siguiente. Me meto en mi bolsa de dormir y me duermo tranquilamente.

Otra noche bajo uno de los numerosos puentes que cruzan los ríos de la amazonia. Muchos sapos cantan en farandolas mientras unos cuantos camiones pasan encima de mi hamaca.

Hace unos días que no veo ninguna casa. De repente, en la orilla del camino, veo plantas de mandioca. Un poco más adelante, la gente está bajo un techo, sentada a la sombra. Me ofrecen un plátano y empezamos a hablar. Sin decir nada, el hombre saca la Biblia y empieza a leer. Rápidamente entiendo que son evangelistas. La pareja se levanta, cierra los ojos y empieza a rezar por mi viaje.  Les agradezco por sus ondas positivas. Antes de irme, me dan un puñado de caju. Es tan bueno y deshidratante, me encanta.

Después de los primeros 700 kilómetros de esta travesía amazónica, llego al pequeño pueblo de Humaitá. Pedaleo ahora en dirección de Jacareacanga. El transito es más intenso en esta sección. Lo que significa polvo en cantidad. Todos los días, termino mis días con una capa de cimientos naturales. Como qué, puedes ser elegante mismo en el medio de la selva…

La transamazónica se divide en dos partes: los territorios indígenas, que a menudo son reservas protegidas, donde la naturaleza es protegida. Luego tenemos los territorios dedicados a la crianza de gado, propiedad de los fazenderos . Ya no queda nada de floresta, solo algunos árboles para recordarnos que todavía estamos en la Amazonía.

En una de estas aldeas indígenas Tupí Guaraní, después de tomar fotos del centro comunitario, un hombre mayor me pide mi machete como compensación. Como la comunidad me invitó a comer y me ofreció plumas de aras, se lo doy, aunque me parezca extraño.

El día comenza con locura y va a continuar de la misma manera. Poco a poco la carretera se convierte en huecos gigantescos y tramos en obra. Después de un rato, empieza a fastidiarme. Quiero realmente llegar al pueblo llamado KM 180. Con fin subirme el ánimo, pongo mi MP3 y escucho unas músicas de hardrock (system of the down). Estoy pedaleando duro con velocidad en un camino en muy mal estado, cuando de repente, entro en un hueco y pincho mi neumático. Después de reparar mi neumático, me doy cuenta que perdí mi estuche con mi afeitadora, pasta de diente, jabón etc…. Se cayó durante esta loca carrera. No tengo ni idea de dónde lo perdí y decido no volver. Es en la mitad de la noche que llego al pueblo KM180. Pongo mi bicicleta en una gasolinera donde cuelgo mi hamaca. Allí me encuentro con un brasileño Jamaicano. Este muchacho no para de hablar, es peor que un molino de viento… Estoy super cansado y él me cansa aún más. Luego, un hombre de 60 años, viajando también, se une a la conversación. Su nombre es Paulo Roberto Da Silva. Su historia es increíble: este hombre tiene 9 hijos, que tuvo con varias mujeres. Se enamoró de su última esposa, pero ella se fue. Una de sus hijas le robó todo su dinero. Luego, la enfermedad le toco. Fue al médico porque tenía problemas de memoria. El médico le dijo que era una depresión grave. Como Paulo siempre había vivido para los demás, pensó que era tiempo de vivir para el mismo. Decidió salir de viaje con sus dos maletas. Lo que más me impresiona es que, a su edad, rechazaba dormir en hoteles. Se duerme en el suelo con su colchón a mi lado.

Paulo y su equipaje

Como siempre tengo una buena estrella cuidándome. al amanecer, un hombre me llama y me trae el estuche perdido, lo había encontrado el día anterior en el camino.

Lo que me encanta en la selva es despertarme con el grito de los loros dando vueltas en el aire, caminar hacia el río y sumergirme en las aguas heladas, pescar y empezar el día con pescado fresco.

Después de haber tomado dos días de descanso en Jacareacanga, entro en el tramo más complicado de la transamazónica.  Mucha gente me ha recomendado hacer dedo. No mintieron respeto a la dificultad. Desde el primer día, las subidas remojan mi cuerpo de sudor. Las cuestas son demasiado empinadas, tengo que empujar mi bicicleta muchas veces para llegar a la cima. Las planicies ya no existen. Además de la dificultad del terreno y del calor desértico ( la región esta deforestada) me encuentro con muchos coches y camiones manejando frenéticamente por estos caminos de tierra suelta. Cada vez, una nube de polvo me golpea el cuerpo. Ni siquiera se calmarían un poco cuando me ven, siento que no les importan mi bici y yo. Muchas veces tengo que tirarme en la orilla para evitar un accidente. A menudo exploto insultándolos con todos los nombres y vuelvo a montar la bicicleta. Para mí, este factor fue el más pesado de esta travesía.

Esta zona es también conocida por la explotación de oro. En el camino he compartido muchas noches con los mineros. Durante una noche Antonio, piloto de un avión para los campos de oros me cuenta «la fiebre del oro amazónico»: «Allí, es como una ciudad en medio de la selva, todos los días llevo mercancías. Un vuelo de media hora cuesta unos 1500 reales. Los patrones contratan trabajadores que tienen derecho al 15 por ciento del oro cosechado. Ya no está mal, porque el jefe tiene que pagar todos los gastos de transporte, comida, máquinas etc… allí, todo se paga en oro, no hay moneda o billete. la mayoría de los hombres van allí por un tiempo para hacer dinero y luego se van. Hay también unos tipos que viven allí para siempre con sus familias. Las prostitutas también tienen sus cabañas para satisfacer las necesidades de los trabajadores. Es rentable para ellas ir a la selva, reciben mucho más dinero que en las ciudades. Los hombres a veces compran mujeres por oro, y se quedan a vivir con ellos. Ya he traído hombres para llevarlos a la cárcel. Demasiado cachaça puede ser peligroso. Una discusión puede convertirse rápidamente en un tiroteo. Es la vida de la selva».

Vuelvo a entrar en una reserva natural. Es preciosa, los papagayos se ven por todos lados. Puedo observar cerdos salvajes, diferentes especies de monos, tortugas y una multitud de otras aves. Uno de los mejores momentos fue cuando instalé mi hamaca en el anochecer cerca de un igarapé (río pequeño). Después de montar el campamento, bajo al río para ducharme. Estoy en la orilla y salto en una pequeña isla a 2 metros de la orilla. Empiezo a lavarme cuando de repente, veo pasar a mi lado una enorme anguila eléctrica. La miro fijamente sin moverme, y al final desaparece bajo las hojas muertas.

Mis noches se están poniendo horribles. Mi cuerpo esta con mucha cosquilla que me impiden dormir. No sé son picaduras de mosquitos u alergias…

Una vez en Itaituba, los pueblos están menos distante que antes. La región de Para se llama la tierra del Açai. Esta fruta de palmera es excelente. Personalmente, me encanta y a veces bebo dos litros al día. Rico en vitamina A, B, C, hierro, calcio y proteínas, el Açai es el producto perfecto para acompañar mis largos días de ciclismo en este calor amazónico. Aparte del açai, encontramos una multitud de frutas deliciosas como la graviola, acerola, abacaba, bacuri, tapereba y muchas otras…

Açai listo para ser cosechado

Açai na tigela : listo para ser consumido. 

Una vez en Medicilandia, el camino se vuelve muy monótono. La región sigue siendo muy accidentada, pero ya todo es deforestado. Sólo camiones de soja y de ganado para «embellecer» este paisaje desértico. Afortunadamente, durante estos momentos monótonos, los encuentros están siempre para maravillar el viaje. Agradezco especialmente a Vandrine que me recibió como un rey en varias de sus empresas en Brasil y a Luiz, un ex ciclo viajero, con quien pasé agradables noches en la ciudad de Altamira.

Cuando llego a Belo Monte, veo las enormes centrales hidroeléctricas que causaron tanto debate en el país. Brasil, en su crecimiento económico, tiene la ambición de vender energía al extranjero. En los últimos años se han construido numerosas centrales eléctricas en varios afluentes del rio Amazonas, generando numerosos conflictos con las poblaciones indígenas. La construcción de una central hidroeléctrica requiere la inundación de tierras, obligando a la gente a reubicarse. Belo Monte fue conocido por la fiebre del oro. En la década de 1980, tras el descubrimiento de pepitas de oro, miles de personas migraron a la Pelada Serra, no lejos de Belo Monte. En pocos días, miles de hombres cavaron la tierra para alcanzar sus venas y encontrar el oro tan codiciado. Un momento increíble en la historia de Brasil, fotografiado por el famoso fotógrafo Sebastião Salgado. Hoy, Belo Monte es el ejemplo de un desastre ecológico y social. Afortunadamente, encuentro a un grupo de alemanes que trabajaban en la estación. Uno de ellos me dice:» Es una locura lo que permiten aquí. La hidroeléctrica ha destruido todo. Tanto el medio ambiente como la gente. Si por lo menos beneficiaría al pueblo brasileño, pero no es así. Los chinos tienen el control de todo. Recién, adquirieron terrenos para construir una otra hidroeléctrica. ¿Adivinan a quién contratan? Solo chinos, porque la mano de obra es más barata.»

 

Después de 45 días, 3200 kilómetros, llego a la ciudad de Belém.

El punto que más me ha interesado fue el mercado de Ver o peso. Muy temprano por la mañana, cestas llenas de açai invaden los muelles del puerto.

Los pescadores venden la pesca del día anterior. Los gritos y las negociaciones suenan bajo las luces de los faroles. Docenas de camiones se amontonan alrededor del muelle para cargar mercancías exóticas que serán exportadas en el mundo entero. Es realmente excepcional ver esta actividad tan temprano en la mañana. El día se levanta, las negociaciones continúan mientras garzas y buitres se dan una batalla para agarrar un trozo de pescado. Ahora es el momento de probar el famoso peixe (pescado) com açai. un plato emblemático de la cultura paraense (departamento de Para, Brasil).

Los cosquilleos del cuerpo nunca han desaparecido por completo, así que decido ir a ver a un dermatólogo. En los hospitales rurales, me dijeron que sólo era una alergia al calor. Estaba aplicando una crema antialérgica en mi cuerpo, que sólo bajo la molestia. El especialista me dice que de hecho no es una alergia sino la sarna. Me veo obligado a tomar 5 baños al día y a llenar mi cuerpo con una pomada para hacer desaparecer el parásito.

Continuación de las aventuras amazónicas en el próximo artículo: Las 3 Guyanas.